Translate

miércoles, 17 de diciembre de 2014

El accidente

Desde que Pintxo empezó a ponerse de pie, siempre me ha parecido que es bastante precavido. Empezó relativamente pronto andar y correr pero le gusta ir sobre seguro. Es de los que paran, miran, analizan y ante la duda miran a su madre a ver que cara pone, aunque es innegable que le chiflan las alturas y superar barreras arquitectónicas. Es de los que cuando va en moto evita la rampa para subir o bajar por el escalón, y de los que cuando encuentra una buena altura se puede pasar horas subiendo y saltando, una y otra vez.

Pintxo con sus amigas las cabras este verano

El otro día pasábamos por su plaza favorita, con bancos y escalones de piedra de diferentes alturas donde puede pasarse la tarde soltando adrenalina sin parar. Pero esta vez tropezó con un escalón y fue a aterrizar con su frente contra otro. En un primer momento pensé que se trataría, como otras veces, de un coscorrón, pero no, se dio con el canto y se abrió un señor boquete en toda la frente.

En ese momento me vi como una tonta en mitad de una plaza con un niño berreando en brazos sin saber a dónde ir. La herida era demasiado grande como para irme a casa sin más, y no se me ocurría ninguna solución inmediata. Menos mal que vivir en un pueblo tiene sus ventajas, cuatro hombres que había en la plaza me echaron una mano y se les encendieron las bombillas que a mí no me funcionaban. Lo más cercano y rápido era llamar a los chicos de las ambulancias que tienen su garita a escasos metros de donde estábamos. Vinieron enseguida y nos atendieron dentro de la ambulancia. Para mi sorpresa (y alivio) la cabezota de Pintxo no sangraba apenas aunque la brecha que lucía era del tamaño de una canica de las gordas.

Una vez puesto el vendaje provisional nos mandaron al hospital para terminar de cerrar la herida. Le pusieron una anestesia local en forma de gel que cuando empezó a hacerle efecto enseguida notamos que recobraba el humor incluso las ganas de comerse la gominola que llevaba media hora apachurrada en su mano. Al cabo de una rato nos llevaron a la sala de trauma, lo tumbamos en la camilla y las enfermeras lo envolvieron en una sábana tal y como nosotros lo hacíamos cuando era recién nacido (esto me enterneció, me trajo buenos recuerdos) la diferencia es que esta vez se retorcía y gritaba como un poseso. Lo inmovilizaron entre tres, una enfermera la cabeza, otra el tronco y mi marido, que ya se había unido a la fiesta, las piernas. Y no dejaron sitio para mí. Yo le tocaba la tripita para intentar tranquilizarle y le daba ánimos que apenas se podían oír entre sus llantos. No sé si el rato llegó a los 5 minutos pero creo que a todos se nos hizo eterno, el médico le dio tres puntadas de hilo de nylon y por fin volví a ver aquella frente cerrada, el suplicio había terminado.

Cuando salimos de la sala la gente en los pasillos y la recepción miraban horrorizados e intrigados queriendo poner rostro a aquellos sollozos. Hay que decir que es un hospital comarcal, pequeñito, donde normalmente reina el silencio y la calma. Y ahora que lo escribo, esto me trae recuerdos de hace dos años y pico, en el mismo hospital pero diferente planta, cuando la que gritaba como un animal era yo en la sala de partos. Ay si las paredes hablaran....

De esta experiencia saco dos conclusiones:

1. Que en momentos de pánico no valgo un duro. Creo que debería hacerme una lista con los pasos a dar en caso de este tipo de accidentes. Ni siquiera se me ocurrió que podría llamar al 112.

Y 2. Que cuando somos niños es cuando realmente vivimos el momento, EL PRESENTE, que los niños viven como si no hubiera ni ayer y mañana.

Cuando Pintxo se pegó el castañazo lloró con toda su alma, y no digamos cuando le cosieron. Sufrió como nunca antes en su corta vida y suplicaba marcharse como si pensara que aquello nunca se iba a acabar. Cuando todo terminó en cambio, y al día siguiente, ya estaba como si nada hubiera pasado, sigue saltando y haciendo el ganso exactamente igual que lo hacía antes de abrirse la cabeza.

Lo cual me lleva a una tercera conclusión:

Que este castañazo ha sido el primero serio, pero me temo que no el último, porque no creo haya escarmentado, es más, creo que ya ni siquiera se acuerda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario