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jueves, 24 de julio de 2014

La visita del Opa

Antes de que mi marido y yo fuéramos padres, antes si quiera de que nada hiciera sospechar que algún día fuéramos a serlo, la gente ya nos decía: ¡Vuestros hijos hablarán tres idiomas! ¡Vuestros hijos sabrán alemán! Y yo contestaba: Pues sí, si algún día tenemos hijos supongo que hablaran lo que hablamos en casa...

Pero llegado el momento, llegué a tener mis dudas...

Desde que el pequeñín empezó a soltar prenda, lo único que ha salido de su boca siempre ha sido en su lengua materna, en euskera. Lógico, se pasa la mayor parte del día conmigo. Hace poco, desde que pasa más tiempo con una amiguita que es más charlatana, empezó a decir el famoso NOOOOOO en castellano, hasta entonces no contestaba a las preguntas (ni afirmativa ni negativamente), o como mucho lo hacía con la cabeza. Y yo le decía a mi marido: Oye, ¿qué pasa con el alemán? (Él es nativo de Alemania) ¿A ver si al final le vamos a tener que mandar a la escuela de idiomas?

Pero estas dos últimas semanas hemos tenido la visita de la familia alemana y he podido ver los progresos que ha hecho nuestro Pintxo en su lengua paterna. Aunque decir no dice mucho, he visto que entiende todo e incluso llegó a llamarle a su abuelito Opa. ¡Qué bien! Me quedo más tranquila. Dicen que los niños bilingües tardan más en soltarse a hablar. Tengo curiosidad por saber cómo será la fase en que mezcle todos los idiomas y si conseguiré que nos aclaremos entre todos. Veremos a ver... de paso yo podría aprovechar para aprender un poco más de alemán....


lunes, 21 de julio de 2014

Pippi Calzaslargas

Siempre había pensado que cuando tuviera un hijo le enseñaría la serie de Pippi para que disfrutara igual que lo hice yo. Es más, siendo ya mayorcita, mayorcita que ya estaba independizada, me regalaron la colección completa de la serie en DVD y ahora ha llegado el momento de sacarle partido.




Desde bien pequeñito yo ya le ponía a Pintxo frente al portátil para que estuviera entretenido mientras me duchaba. Le solía poner Baby Einstein, no para que me salga un cerebrito de niño, no soy tan ingenua, sino porque era lo único que le mantenía entretenido durante los 20 minutos que necesito para prepararme. Empezamos con Baby Mozart, luego Beethoven, según se iba haciendo mayor pedía más estímulos y empezamos con Van Gogh y Shakespeare, luego Baby da Vinci, Baby Newton, Old McDonald y al final la Orquesta. Se lo pasaba pipa el tío. Y cuando ya tocamos casi toda las disciplinas artísticas, decidimos cambiar de serie.

Hace poco empecé a ponerle capítulos de Pippi, también desde el portátil, y veo que está aún más formal que con Einstein. Es algo increíble de qué manera le ha enganchado. Ahora me da tiempo no sólo de ducharme sino de darme body milk, secarme el pelo, ponerme las lentillas, lavarme los dientes y hasta maquillarme un poco, y lo mejor de todo es que todo esto ¡a solas en el baño! A veces hasta se me olvida que Pintxo está en casa.

Ahora me tengo que agenciar del DVD que les regalé a mis padres y no lo usan para nada, para sustituir a aquel que se nos estropeó a nosotros y no lo hemos echado de menos porque ya no vemos películas. Pero ahora me apetece desempolvar la colección y volver a ver la serie en la tele, sentada en el sofá.





Y es que Pippi es la amiga que a todo niño le gustaría tener, una amiga cuya compañía garantiza aventura y diversión. Es la anarquía personificada y se hace querer por ser tan original, descarada, espontánea, simpática y creativa. Yo también me lo paso pipa viéndola!






¡Independencia!

No es un post sobre política. Aunque bien podría serlo, porque en la República Independiente de Mi Casa es eso precisamente lo que me falta, ¡Independencia!

A los 23 años, cuando terminé mis estudios, decidí marcharme de casa porque me agobiaba depender de mis padres, sobre todo económicamente, y eso que mis padres siempre me han dejado ser bastante libre... Desde entonces he hecho y he desecho a mi antojo, he ido y he venido cuando me ha dado la gana y he entrado y he salido cuando me ha apetecido. He sido muy independiente y he dado las explicaciones justas.

Vivir en pareja también ata, resta libertad pero al ser dos adultos que congenian bien cada uno puede seguir siendo independiente. Ahora bien, la cosa cambia radicalmente cuando una pare una criatura. Ya sabemos que los bebés humanos nacen totalmente desvalidos, dependen por completo de un cuidador para su supervivencia, sin él morirían en poco tiempo.

Y en esta casa, como en muchas, su cuidadora principal soy yo, su madre. Llevamos ya casi 20 meses el uno pegado al otro, salvo breves periodos de tiempo en los que he trabajado fuera de casa y me han recordado que todavía puedo socializar en entornos exclusivamente para adultos y puedo hacer trabajos que se salen del ámbito doméstico. (Ya hablaba un poco sobre ello en este post).

Ahora estamos en pleno 24 horas juntos y puedo afirmar que estoy desbordada. Mi paciencia está bajo mínimos y es que por las noches se me carga tan poquita que para las 10 de la mañana del día siguiente ya se me ha agotado otra vez, igual que la batería de un viejo móvil.

Lo que peor llevo de ser madre es la pérdida de mi independencia. Tengo todo el día libre pero no puedo hacer casi nada de lo que me gustaría hacer. No puedo estar tranquila con los amigos, no puedo hacer chapuzillas en casa (con lo que yo me entretenía antes...), no puedo ir de compras (aunque esto lo he solucionado en el shopping online), no puedo hacer planes de última hora (claro, hay que preparar el kit del niño, ropa, comida...), no puedo estar en casa sin hacer nada, tirada en el sofá viendo las horas pasar (uf, cómo echo de menos esto, para mi era como pasar el antivirus al ordenador, me quedaba como nueva. Ahora en cambio debo de estar llena de virus troyanos que me tienen alterado el sistema nervioso).

Ahora, me guste o no, tengo que levantarme por las mañanas a la voz de ¡Amaaaaaaaaaa!, tengo que salir un rato a la calle aunque caigan chuzos de punta, tengo que preparar algo de comer porque no podemos vivir de tortillas y macarrones y tengo que tener algo de cena preparada, porque la fiera llega hambrienta. Tengo que irme a casa en pleno día, cuando las calles más llenas están y cuando muchos de mis amigos (sin hijos) a los que ya casi no veo, acaban de salir... Y es que cuando te conviertes en madre parece que vives para complacer a ese pequeño ser que has engendrado, y si no le complaces no hay paz en tu vida.

Ya cuando estaba embarazada tenía el presentimiento de que ése iba a ser el único embarazo que yo iba a vivir. Después de que naciera Pintxo ya tuve la certeza de que no voy a volver a pasar por todo esto otra vez. Con una vez me basta. Siempre he pensado que el día que repartieron vena maternal yo debí de faltar a clase, y ahora es que no me queda duda. Menos mal que la ración que a mí me falta se la sirvieron otras mujeres porque si todas fuéramos como yo la raza humana ya se habría extinguido...


Envidia cochina

Es la sensación que despierta en mí el navegar a la deriva por internet, ENVIDIA. Y lo pongo en mayúsculas porque se ven auténticas delicias. Veo casas ideales, pulcras y ordenadas con decoraciones exquisitas y que, a veces, hasta las personas que lo habitan son perfectas. Esas habitaciones infantiles con ese aire nórdico, esas cunas de diseño, esas ropas de cama tan originales y esas Kanken (amarilla si puede ser) en algún rincón, hacen que lo quiera todo para mi!








Estoy enganchada a un blog de una familia encantadora donde todo siempre parece perfecto. Son jóvenes, son guapos, están siempre felices, viven en una ciudad fascinante, tienen dos niños preciosos  y un tercero de camino, todos se aman con locura y parecen salidos de una película. Cada vez que visito su blog me quedo con ganas de más y es que lo que proyectan con sus fotos contiene tanta belleza, sus palabras transmiten tanto amor hacia los suyos y tienen un estilo de vida tan interesante que, a veces, hace que mi vida parezca una sosez. Muchos seguro que ya habéis adivinado de quién hablo. Y me pregunto yo, ¿No discutirá nunca esta pareja? Esos niños que parecen tan adorables ¿no tendrán días en los que estén insoportables y lloren y pataleen por una razón indeterminada? ¿No se desquiciará esta mujer en ningún momento del día? Supongo que si son todos humanos, que aparentemente lo son, les pasarán también estas cosas, pero como no lo muestran hace que todo parezca sencillamente PERFECTO.










A veces, después de horas navegando por internet, me quedo con una sensación agridulce, como de tristeza. Como que me saturo de tanto bonitismo y tanta perfección y me crea por dentro una sensación extraña. Un sensación que tan solo se me ocurre definir como envidia, ni sana ni insana, simplemente envidia. Y como la envidia está mal vista no es fácil reconocer que una la padece, a pesar de que sea inevitable viendo lo que se ve por la red.

Si alguien es, además, masoca como yo que no se pierda este instagram de otra familia de guapos y estilosos con unas fotos bellísimas.


martes, 8 de julio de 2014

A dieta

Las últimas cuatro semanas las he pasado a dieta. Todavía no me lo creo ni yo pero os juro que es verdad. Todos los años, con la llegada de la primavera, me lamento de no haberme cuidado en invierno y de tener que volver a pasar por el trago de ponerme el bikini e ir a la playa.

Este año, a principios de junio, con un valor y un convencimiento nunca antes conocidos en mí, me decidí a ir a una nutricionista y ponerme seriamente a dieta.

No voy a decir que haya sido fácil, es más, os digo que he abandonado antes de tiempo...




Yo soy una persona muy golosa, me encantan los dulces, me encanta hacer bizcochos caseros y zamparmelos. A veces me pasa que hago una tarta por la mañana, me la voy comiendo poco a poco, como si así se comiera menos, y por la noche, cuando veo que ya falta más de la mitad, le pregunto a mi marido si le ha gustado y es cuando me dice que todavía no la ha probado... ¿Cómo? ¿En serio? ¿Que me he comido yo todo eso? Pues sí, eso me pasa... 

Y pensé que era hora de cambiar de hábitos, soy una yonki de los dulces y me tenía que desenganchar.

No he pasado hambre, pero sí mucha envidia. El segundo día de dieta ya me parecía que llevaba dos meses, y la primera semana se me hizo eterna. Para darme ánimos y no caer en las tentaciones no hacía más que pensar en cuando dejé de fumar. Así como entonces me repetía a mí misma muchas veces (y hoy en día todavía a veces) "soy una persona NO FUMADORA", ahora me digo a mí misma "soy una persona LIBERADA DE LOS DULCES".




Ha sido dificil resistirme no solo a los dulces, sino también a las cervecitas (no podía tomar ni la sin alcohol), a la comida hipercalórica (patatas fritas, rebozados, hamburguesas, salsas...) y LO MÁS DIFICIL: a no comerme los restos de comida que mi querido hijo deja. Tener que tirar un cremoso yogur griego, un petit suise, un buen queso curado, una pechuga de pollo empanada, unas croquetas, la mitad de un Magnum... Todo eso ha sido una pesadilla, una tortura A parte de un gran desperdicio, pero como se suele decir en estos casos ¡MEJOR A LA BASUNA QUE A LA CINTURA!

Han sido cuatro semanas y cuatro kilos, que no está mal. Mi objetivo eran cinco kilos, pero me planto. Ahora me queda un trabajo más dificil si cabe, MANTENERME. Dicen que después de 21 días las costumbres se convierten en hábitos. Ya veremos, por lo pronto yo me muero por comerme una pizza y un buen helado.