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lunes, 21 de julio de 2014

¡Independencia!

No es un post sobre política. Aunque bien podría serlo, porque en la República Independiente de Mi Casa es eso precisamente lo que me falta, ¡Independencia!

A los 23 años, cuando terminé mis estudios, decidí marcharme de casa porque me agobiaba depender de mis padres, sobre todo económicamente, y eso que mis padres siempre me han dejado ser bastante libre... Desde entonces he hecho y he desecho a mi antojo, he ido y he venido cuando me ha dado la gana y he entrado y he salido cuando me ha apetecido. He sido muy independiente y he dado las explicaciones justas.

Vivir en pareja también ata, resta libertad pero al ser dos adultos que congenian bien cada uno puede seguir siendo independiente. Ahora bien, la cosa cambia radicalmente cuando una pare una criatura. Ya sabemos que los bebés humanos nacen totalmente desvalidos, dependen por completo de un cuidador para su supervivencia, sin él morirían en poco tiempo.

Y en esta casa, como en muchas, su cuidadora principal soy yo, su madre. Llevamos ya casi 20 meses el uno pegado al otro, salvo breves periodos de tiempo en los que he trabajado fuera de casa y me han recordado que todavía puedo socializar en entornos exclusivamente para adultos y puedo hacer trabajos que se salen del ámbito doméstico. (Ya hablaba un poco sobre ello en este post).

Ahora estamos en pleno 24 horas juntos y puedo afirmar que estoy desbordada. Mi paciencia está bajo mínimos y es que por las noches se me carga tan poquita que para las 10 de la mañana del día siguiente ya se me ha agotado otra vez, igual que la batería de un viejo móvil.

Lo que peor llevo de ser madre es la pérdida de mi independencia. Tengo todo el día libre pero no puedo hacer casi nada de lo que me gustaría hacer. No puedo estar tranquila con los amigos, no puedo hacer chapuzillas en casa (con lo que yo me entretenía antes...), no puedo ir de compras (aunque esto lo he solucionado en el shopping online), no puedo hacer planes de última hora (claro, hay que preparar el kit del niño, ropa, comida...), no puedo estar en casa sin hacer nada, tirada en el sofá viendo las horas pasar (uf, cómo echo de menos esto, para mi era como pasar el antivirus al ordenador, me quedaba como nueva. Ahora en cambio debo de estar llena de virus troyanos que me tienen alterado el sistema nervioso).

Ahora, me guste o no, tengo que levantarme por las mañanas a la voz de ¡Amaaaaaaaaaa!, tengo que salir un rato a la calle aunque caigan chuzos de punta, tengo que preparar algo de comer porque no podemos vivir de tortillas y macarrones y tengo que tener algo de cena preparada, porque la fiera llega hambrienta. Tengo que irme a casa en pleno día, cuando las calles más llenas están y cuando muchos de mis amigos (sin hijos) a los que ya casi no veo, acaban de salir... Y es que cuando te conviertes en madre parece que vives para complacer a ese pequeño ser que has engendrado, y si no le complaces no hay paz en tu vida.

Ya cuando estaba embarazada tenía el presentimiento de que ése iba a ser el único embarazo que yo iba a vivir. Después de que naciera Pintxo ya tuve la certeza de que no voy a volver a pasar por todo esto otra vez. Con una vez me basta. Siempre he pensado que el día que repartieron vena maternal yo debí de faltar a clase, y ahora es que no me queda duda. Menos mal que la ración que a mí me falta se la sirvieron otras mujeres porque si todas fuéramos como yo la raza humana ya se habría extinguido...


1 comentario:

  1. Ay, y fíjate que es sentimiento creo que no se nos pasará hasta que cumplan los 18... Resulta muy frustrante a veces. Ánimo!

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